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La pastilla

Voy a una farmacia aquí en Karlsruhe. Quiero una caja de Paracetamol, tengo últimamente fuertes dolores menstruales.

La mujer me da una caja. Pregunto cuánto cuesta. Pasa el código de barras de la caja por un lector. Veo el número en letras verdes, son exactamente 2,78 (dos euros con setenta y ocho céntimos). Pregunto si puede darme otra.

Me dice que no. 

No quiero otra caja para tomarme las pastillas como si fuera coca cola. En realidad es para mis padres. En Venezuela no hay medicinas.  Estoy por mandar una caja a mi familia. Cuando comencé a vivir en Europa no mandaba a Venezuela absolutamente nada. Luego, con el tiempo, cuando la situación política se fue pareciendo más a lo que habían prometido, empecé a mandar pequeñas cosas esporádicamente. Me daba cuenta que mis padres aprovechaban y compraban ropa y zapatos cuando venían a visitarme, me decían que allá no había mucho. 

Ahora mismo, veo  que las promesas de crear el comunismo del hombre del siglo XXI se han hecho realidad. Todo se me parece cada vez más a los cuentos de ciencia ficción que nos llegaban de Cuba, por allá en el 95. Las realidades absurdas de limpiar una poceta con una concha de naranja. 

Me miro haciendo la caja. Instalo ordenadamente chocolates, champús, tubos de detergente, jabones, desodorantes, pequeños paquetes plásticos de crema de maní (estos para mi tía que gana un sueldo mísero y no llega a fin de mes), lavaplatos. 

Ese día el alemán me sale mejor. Soy muy tímida, normalmente no digo la mitad de las cosas que pienso, y no me atrevo a hacer ni el 10 % de lo que quiero hacer. Soy una persona bastante retraída.
Me atrevo a decirle a la mujer que vengo de Venezuela y que por favor, las pastillas no son para tomármelas yo sola, sino que tienen un destino altruista, son para mis padres, pobres personas, que viven en Venezuela y que no tienen paracetamol por si les duele algo. 

La mujer creía que Venezuela era un paraíso tropical.

Yo le digo que sí, que sí lo es, pero que allí no se consiguen medicinas, ni ropa, ni comida, y hay mucha violencia.

Se me queda mirando largamente, dentro de su mente alemana calcula las posibilidades de darme una nueva caja de Paracetamol. Toma la caja y me la vende. 


Yo salgo triunfal de la farmacia, aunque el significado de mi triunfo no sea la victoria sino la tragedia.

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