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Mostrando las entradas de enero, 2010

la misteriosa

A la misteriosa ( 1926 ) Tanto he soñado contigo que pierdes tu realidad. ¿Habrá tiempo para alcanzar ese cuerpo vivo y besar sobre esa boca el nacimiento de la voz que quiero? Tanto he soñado contigo, que mis brazos habituados a cruzarse sobre mi pecho, abrazan tu sombra, y tal vez ya no sepan adaptarse al contorno de tu cuerpo. Tanto he soñado contigo, que seguramente ya no podré despertar. Duermo de pie, con mi pobre cuerpo ofrecido a todas las apariencias de la vida y del amor, y tú, eres la única que cuenta ahora para mí. Más difícil me resultará tocar tu frente y tus labios, que los primeros labios y la primera frente que encuentre. Y frente a la existencia real de aquello que me obsesiona desde hace días y años seguramente me transformaré en sombra. Tanto he soñado contigo, tanto he hablado y caminado, que me tendí al lado de tu sombra y de tu fantasma, y por lo tanto, ya no me queda sino ser fantasma entre los fantasmas y cien veces más sombra que la sombra que siempre pase

winter

(Imagen nro.1) Dejo a vuestras mercedes dos fotos: 1) la primera está borrosa, pero es más interesante así, podría ser un niño o un hombre pequeño, o un hombre grande que ha sido captado por un lente a mucha distancia. 2) La segunda es el invierno desde mi ventena. Como soy de Venezuela nunca había visto la nieve tan cerca, bueno sí el año pasado pero vivía en ese entonces en un piso 3.

Un ovillo

Ayer vi a una vieja sentada en su silla de ruedas en la entrada del mercado de las Ventas. Me llamó la atención su figura y la prolija delicadeza con la que era llevada por alguien que probablemente era su hija o no. Parecía un ovillo, encogidita, con un chal vinotinto, sus dedos casi tocaban sus labios estirados de 90 años de antiguedad. Recordé todas las barrabasadas inmaduras y los bochornos infelices a los cuales me vi expuesta por mi inexperiencia. Entonces me detuve a pensar si aquella viejecita de 90 seguía cometiendo errores, porque estaba claro de debía sabérselas todas. Entonces me dieron ganas de preguntarle a la que era su hija o no, si podía a su v ez preguntarle al ovillo de viejecita si sabía todo de la vida. Yo tenía muchos miedos (aún los tengo) y quería saber si al menos las arrugas y la curvatura de la columna servían para algo. No me atreví. Me quedé detenida mientras bajaban las escaleras y las ruedas de la silla giraban lentamente, con sumo cuidado, no fueran a ro