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Mostrando las entradas de julio, 2009

Estando aquí

En este país, donde la vida no vale nada y no son exageraciones ni planes imperialistas, me ha dado por dormir. La calle se ha hecho un lugar inhóspito, abominable y siniestro. No digo que no haya momentos fulgurantes y maravillosos ambientes que hagan creer (a cualquier humano que los habite ) estar en un paraíso terrenal. Reflexionar sobre el creciente deterioro del país es una tarea que se antoja aburrida por lo inútil. Ni una sola persona puede hacer mucho, ni mucho menos puede haber una recuperación que eche atrás todos estas décadas de ligereza ¿Somos infortunados? No sé. En este país el miedo es el rey. Yo no quiero sentir miedo, pero lo siento. Y es bueno que sea así, el miedo protege y aquí necesitamos protegernos porque nunca pasa nada con las injusticias. Cada día que paso en Venezuela disfruto del sol y de la sensación de estar en esta maravillosa tierra cuyos habitantes se creen ricos, pero en realidad son pobres, muy pobres y oprimidos. A veces, el optimismo y la pretenci

balance

Cuando tenía 22 años creía que estaba vieja, tal vez porque hacía lo que no me gustaba y porque por hacer tal cosa me sentía estancada en la vida, fracasada, atrapada. Cuando tenía 25, creí morir, porque sentía que ya estaba muy vieja, que no tenía novio y que en consecuencia mi vida no podría cambiar para mejor. Era una persona algo obtusa, con muchos prejuicios e inseguridades (tal vez seré así siempre). Cuando tenía 28, pensé, por pocos instantes, que esa era la mejor edad, esa que condensaba la sabiduría y la juventud; un cuerpo joven, hermoso, con años encima para saber sopesar quiénes eran de verdad mis amigos y quiénes no, qué era lo importante, qué significaba la vida desde un todo, mi todo de 28 años. Cuando cumplí 30 años estaba montada en un avión para irme a Madrid y vivir los mejores meses de mi vida. Me había dejado mi ex novio de la peor manera posible, pero aquello no me importaba, yo cumplía 30 años y me veía de 28 y aquello era lo importante; tenía conciencia de las c

llegar aquí

Escribir sobre mi llegada a Venezuela es más bien un ejercicio de ubicación para mí misma. La primera vista del enorme conglomerado de ladrillo que ocupan las montañas de la Guaira, me instala de golpe en esta nueva realidad. Nunca había pasado un tiempo prolongado en otro país y tal vez la considerable diferencia entre uno y otro (España y Venezuela) me haya inducido a este extrañamiento que aún, una semana después de mi regreso, me maravilla por cosas con las que me encuentro. Respiro el aire Caraqueño con cierto temor, la inseguridad personal se siente incluso físicamente, es comprobado que siempre estamos amenazados; al pasear en ciertos sitios; sin embargo, respiro esa cotidianidad del clima primaveral de Caracas. Un día después al encontrarme con Cumaná, no sé si me invade el vacío de las recientes despedidas, que hacen que deje atrás, de pronto, aquél ambiente diferente, aquellas amistades sincréticas, el amor, el paisaje. Me encuentro entonces en la plena soledad de una nueva