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Mostrando las entradas de noviembre, 2008

Lo jut(S) t o

Es difícil encontrar una idea adecuada, que defina la siesta interminable del mundo. Porque todos duermen en mazmorras, porque todos sólo piensan en sí mismos. Tal vez sea mejor comprender que a veces es bueno el retroceso. El mundo debe servirse de la austeridad (pero esto ya no lo queremos), porque antes gastábamos más (esto queremos superarlo), teníamos demasiado a nuestra disposición (esto queremos mantenerlo). Ahora, ahora, ahora, manejamos entre velas, apagamos los impulsos de debajo de los mares, comprendemos la comodidad y el placer de lo justo ¿Qué es lo justo?

Retrato de la mujer de las uñas moradas

La mujer de las uñas moradas carcomidas, desconchadas y brillantes. Entró en el metro dando traspiés, su estatura era mediana, ensillaban la punta de su nariz un par de gafas grandes de grueso vidrio. Su boca medio pintada estaba crispada, su mirada ausente, nublada de entendimiento. El cuerpo, cubierto de una cantidad generosa de abrigos, se mecía constantemente con el temblor de los rieles del tren. La mujer de las uñas moradas cargaba una bolsa que contenía almohadas pequeñas, miraba de repente con una penetrante intensión asesina. Pensé que estaba trastornada y en ese momento, con mórbido estupor, empecé a imaginarla loca, en su piso diminuto, clavando el cuchillo en la carne de cerdo con vehemencia psicópata. Aquella mujer, una desequilibrada que más de una vez siente el deseo escandaloso de ahorcar a su propio hijo que llora chillón e inocente en la cuna. Supongo que no podría ser entonces una prostituta vestida de actriz, una ninfómana sadomasoquista o una satisfecha ama de casa

Paseo de metro

He querido tomar fotos aquí en Madrid pero no tengo ninguna cámara fotográfica. A veces se me han presentado oportunidades inigualables para detener en el tiempo momentos memorables para mi visión; hombres vestidos estrafalariamente con cabellos achiclados y uñas gastadas, mujeres viciosas a flor de piel, deslumbrantes lectores de metro, paisajes encumbrados de hojas sepia, paseantes distinguidos, risas incongruentes, viejos particulares. La cámara no ha estado. Trato de retener en mi memoria todos estos acontecimientos cotidianos para los madrileños pero nuevos para mi. Es mi extrañamiento dentro de una nueva mecánica cotidiana a la que tengo que acostumbrarme temporalmente. Sé que mi perspectiva y mis deseos de fotografiar con mi memoria ciertas imágenes a medida que pasa el tiempo, conservando ciertas reminiscencias, son absolutamente subjetivos. Son mi lente y mi ojo los que remembran continuamente aquello visto, los que me impulsan a describir a toda esta gente extaña, a